La politización de la Covid-19: Un arma deshumanizante en tiempos de adversidad

 


Por Edhoarda Andújar/Especial para Cendoesch 

El 11 de marzo de 2020 se daría a conocer una noticia que conmocionaría al mundo, la declaración por parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de la pandemia de la Covid-19, una enfermedad causada por un virus derivado de la familia de los coronavirus de nombre científico SARS-CoV-2, cuyo caso cero se produjo en la capital de la provincia China de Hubei. 

Aunque el país asiático logró contener la propagación del virus dentro de su territorio, este logró arropar a toda la esfera planetaria. La rápida expansión del SARS-CoV-2 se corresponde con la realidad de aldea que hoy define a un mundo abierto e hiperconectado con la facilidad de los desplazamientos humanos por todo el globo, y el avance de la ciencia y la tecnología. 

A casi dos años del descubrimiento del nuevo coronavirus, el mundo se recupera a ritmo lento, puesto que, la pandemia no solo puso de manifiesto la fragilidad de la economía global, sino que afloraron las falencias en los sistemas de salud de los cinco continentes al dejar al descubierto un esquema inhumano que prioriza el capital frente a la vida, la falta de solidaridad de cara a la vulnerabilidad que arropa a la comunidad planetaria por parte de las potencias, y lo que es peor, el intento de nacionalizar, para fines políticos, la pandemia de la Covid-19. 
 
Esto último, podríamos decir, que es un intento desesperado de frenar el avance que ha tenido el gigante asiático en los últimos años en términos políticos y económicos, además de su surgimiento como potencia con gran peso en los escenarios de toma de decisiones de la comunidad internacional. Entonces, el interés de ubicar el origen del virus, adjudicarle adjetivos calificativos como “el virus chino”, no es más que una estrategia para hablar a la memoria no consciente de los individuos e incentivar emociones como el repudio a todo lo que represente al país de Mao Zedong.

En ese sentido, la situación actual nos lleva a remontarnos unos cien años atrás cuando inició la pandemia que conocemos como Gripe Española, un nombre acuñado debido a que España era el país que más información brindaba sobre la enfermedad que cegó la vida de unos 40 millones de personas. No obstante, el primer paciente de esta enfermedad, es decir, el paciente cero, fue reportado el 4 de marzo del 1918 en la base militar de Fort Riley, Kansas, EE. UU., un lugar que dadas las condiciones de hacinamiento y falta de higiene creó un caldo de cultivo fértil para el virus que rápidamente llegó a Europa y el resto del mundo. 

Igualmente, el 5 de junio de 1981 en Los Ángeles, California, EE.UU., un grupo de médicos del Centro para el Control y Prevención de Enfermedades de este país, alertaba, por primera vez, de una enfermedad rara en cinco pacientes, ésta en lo adelante sería conocida como el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida, VIH-SIDA, virus que a 2020 había infectado entre 30,2 millones–45,1 millones de personas en todo el mundo, según informes estadísticos de ONU-SIDA.

Como hemos visto, las enfermedades, sobre todo los virus, pueden surgir en cualquier lugar donde encuentren las condiciones apropiadas para mutar y propagarse, de ahí la visión de que adjudicar un calificativo que describa a un conglomerado a una enfermedad es un llamado a la discriminación y manipular la opinión pública para que se adjudiquen responsabilidades ante una eventualidad que presenta la propia naturaleza, un acto burdo; y tratar de politizar la trazabilidad del virus en momentos en que la humanidad necesita de los avances de la ciencia para vencer a la Covid- 19, un atentado al derecho a la salud de los 7.8 billones de individuos que cohabitamos en el planeta tierra.

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