Delirio de poder y respuesta geopolítica colectiva

Por Manolo Pichardo


Mientras el presidente Donald Trump avanza en su delirio persecutorio contra aliados, socios, antípodas políticos y peones tradicionales ubicados más allá de sus fronteras terrestres y marítimas; mientras desarticula a los demócratas dejándoles sin voz y desorientados; mientras parece romper el hilo del Estado profundo que como un trazo irrompible unía todas las administraciones décadas tras décadas; mientras la academia y el mundo intelectual se reducen a murmullos inaudibles y los colmillos de la prensa, vehiculadores del relato oficial y la mano oculta del poder oligárquicos, se neutralizan con el bozal del grito trumpista que desafía a todos, el curso de los cambios acelera su ritmo, provocando acercamientos y alianzas internacionales impensables, y añadiendo a la fractura social de Estados Unidos nuevos elementos que la profundizan.

El jefe de Estado canadiense, tras 70 años sin liderar una reunión del parlamento hizo acto de presencia en él para desde allí enviar un mensaje al mandatario estadounidense que, aunque envuelto en un lenguaje diplomático, advertía, citando a su madre la reina Isabel II, que ningún país puede gobernarse hacia adentro. Y, como si fuera poco, el rey Carlos III, de forma más directa, dejó ver que montaba guardia en defensa de la soberanía de Canadá. En paralelo, Bruselas, sin los rodeos de respuestas a las acometidas hirientes de Trump que no sólo afectaban la dignidad del viejo continente, sino que lastimaban su economía, respondía a la administración de su tradicional compinche con un puñetazo de 95. 000 millones de euros que se suman a los 21.000 millones de su anterior lista, anunciada luego de que EE.UU. le castigara con gravámenes al acero y el aluminio.

En su apuesta -inconsciente o no-, como he dicho antes, a la insularidad económica y comercial de Estados Unidos, el mandatario del país norteamericano no sólo disgusta a sus aliados y refuerza la enemistad con sus rivales políticos, sino que empuja, en su afán centrípeto, al resto del mundo hacia coaliciones explícitas, en unos casos, e implícitas en otros, que dan celeridad al reordenamiento en las relaciones económicas y comerciales a nivel del planeta, provocando que el Estado profundo planetario reoriente sus estrategias de largo plazo, acercándose a nuevos actores que irrumpen asumiendo un liderazgo compartido con el rediseño de la arquitectura geopolítica global sin necesidad de dinamitar los organismos internacionales que representan el viejo orden, como la ONU, OMC y otras entidades que serían reorientadas en sus fines a partir de una nueva correlación de fuerzas en la distribución del poder mundial.

Así, por un lado, asiáticos, europeos y latinoamericanos, comienzan a diseñar puntos de encuentros que se empiezan a expresar en acuerdos entre China y la ASIAN, las discusiones en los encuentros China-Celac, los convenios e inversiones en África, la expansión de los Brics, las visitas individuales de los líderes europeos a Beijing, que han ido relajando las relaciones entre Europa y el país de la Gran Muralla y, por otro, los movimientos a lo interno de EE.UU. que enfrentan a la administración Trump con cadenas comerciales minoristas tan icónicas como Walmart, empresas que forman parte del paisaje económico de aquel país como Ford, o productores del campo, que fueron su mayor base de apoyo electoral; en fin, todo un cuadro de raíces estructurales que el delirio trumpista ha venido a agravar adelantando la pérdida de hegemonía estadounidense, expresada en la desconfianza en su liderazgo y moneda, pilar de su poder desde los acuerdos de Bretton Woods, clave en rediseño del poder hasta que, con la Reforma y Apertura de Deng Xiaoping se comenzó a incubar el orden que se reconfigura hoy.

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